domingo, 1 de enero de 2012

El Camino de Ser Padres

Ser Padres… yo creo que es lo más difícil del mundo, la mayor responsabilidad del ser humano… y cuando hablo de ser padres… hablo de ser padres… ser padres es algo muy diferente al simple hecho de tener hijos.
Cuando iniciamos el camino de ser padres, sabemos que nuestra vida va a cambiar para siempre, y sabemos que nos espera un gran camino, que viviremos lleno de buenos momentos, y de otros no tan buenos, aunque sin duda, sabemos que se trata de un viaje maravilloso, un viaje que nos ayudará a crecer y que nos va a permitir vivir experiencias únicas. Todos los que estáis aquí lo sabéis, tener un hijo es la vivencia más maravillosa del mundo.

Y en vuestra opinión, ¿qué es lo más sublime de todo este camino? En la mía el amor incondicional que sentimos por nuestros niños, sean más buenos o sean traviesos, se porten bien o se porten mal, nosotros les queremos igual. De hecho, lo que nos caracteriza como padres es precisamente eso, el amor incondicional que sentimos por nuestros niños, hasta el punto de que seríamos incluso capaces de perder nuestra propia vida por salvar la de ellos, pues el instinto de protección es mucho mayor que el de supervivencia.
  
Cuando comencé a escribir este artículo, iba a titularlo Niños Malos. ¿Vosotros pensáis que los niños malos existen? Los niños malos… me alegro de comunicaros que no existen!
Supongo que os parecerá muy atrevida esta afirmación, pero os aseguro que es del todo cierta. Los seres humanos somos buenos, por naturaleza, y esto es algo que puedo afirmar basándome en la ciencia. Todos nosotros, si nacemos sanos, nacemos buenos. Nacemos altruistas y bondadosos… Nacemos del amor,  y así nos pasamos la vida… vivimos y morimos buscando amor…

¿Se os ocurre cuál puede ser la diferencia más grande entre un bebé y cualquier otra cría de cualquier animal? ¿Os imagináis cuál es?
Y ahora quisiera remontarme al origen de ser padres… camino que iniciamos cuando nace el bebé.

Remontándome al origen de ser padres... cuando nace el bebé, os pregunté si se os ocurría cuál podía ser la diferencia más grande entre un bebé y cualquier otra cría de cualquier animal.

¿Ya os imagináis cuál es?


A diferencia de cualquier otro ser vivo, un bebé es la única criatura que por sí misma no puede vivir. No tiene ninguna posibilidad, ni una entre un millón, de superar las primeras horas de vida si alguien no se ocupa de ella.
El bebé recién nacido es total y absolutamente dependiente. Es el ser vivo más frágil y vulnerable de toda la creación.
En la especie humana, el hecho de nacer representa ya, de por sí una amenaza, un peligro para cualquier recién nacido, nazca donde nazca. Sin embargo, la naturaleza que es tan sabia, que diseñó una relación tan fuerte entre padres e hijos, que ninguna madre ni ningún padre, en su sano juicio es capaz de desprenderse de su hijo.
Este instinto de protección, instinto maternal o cómo queramos llamarlo no es más que AMOR, amor incondicional. Sentimos a los hijos como un trocito de nosotros, lo cual, además, es biológicamente cierto. Por esto, dejar a un niño recién nacido abandonado, sería como automutilarnos.

Todos haríamos cualquier cosa por nuestros hijos, y cuando digo cualquier cosa… es cualquier cosa, pues queremos a nuestros hijos como queremos a nuestra mano, a nuestros ojos… seríamos capaces de todo, hasta el punto de que incluso moriríamos por salvar la vida de nuestro pequeño.

Este amor tan fuerte (o instinto) que une a hijos y padres es el sistema que la naturaleza ideó para asegurar la vida de los recién nacidos, protegiéndoles del abandono de sus padres.

Y si esto no fuese posible o suficiente, ahí está el bebé, con sus manitas, su carita y con todas sus cositas en pequeño, una mini personita llena llena de ternura que llama nuestra atención y despierta nuestro instinto de protección. Por eso si algún bebé es abandonado, y corre la suerte de que alguien lo encuentra, sin duda, y si naturalmente no ha pasado nada grave, estará salvado; pues uno de los sentimientos más fuertes del ser humano es el de protección, y nadie podría resistirse a salvar a una persona desvalida, y mucho menos a un pequeño, pues la ternura que desprende refuerza nuestro instinto de protección, el cual nos cual impide abandonar a un niño a su suerte.

Os he hablado de que un hijo se siente como una prolongación de nosotros, y que en cierto modo, esto es biológicamente cierto. No obstante, me gustaría aclarar que también cuando un hijo es adoptado se le vive como un trocito propio. Pues si el niño es adoptado verdaderamente, se hace con y desde el corazón, en ese caso, mi hijo será vivido como un trocito de mí, exactamente igual y con la misma amorosa actitud que siento por un hijo biológico.


Cuando nos hacemos padres, iniciamos un camino que ya no tiene vuelta atrás, es una gran aventura que, como todas, estará llena de grandes momentos, y en muchas  ocasiones, también llena de incertidumbres, miedos, preocupaciones… y algunos disgustos.

En el camino de ser padres nos encantaría encontrar la varita mágica que nos orientase en esta nada sencilla tarea de acompañar a los peques a crecer. Yo no conozco “varitas”, pero sí he ido descubriendo, a lo largo de mis años de profesión, formación e investigación, que el lenguaje del corazón, como ya os he comentado, y perdón por la insistencia, es el único que conocen los niños, y que, en cambio nosotros, los adultos parece que, a veces, lo olvidamos.


Y, ¿qué pasa cuando dos personas no hablan el mismo idioma? Es obvio… ¡les cuesta entenderse!

Como vemos, ya tenemos un punto de partida para poder entendernos con los niños: hablemos el mismo lenguaje: el amor.

No me cabe duda de que todos queremos que nuestros niños nazcan sanos y felices. Y como en cualquier relación humana, también las relaciones entre padres e hijos son complejas. Entonces, ¿cómo podemos actuar?

Hoy quiero comentaros algo que, sin duda, os parecerá duro, aunque me parece necesario hacerlo para que lleguemos a un “darnos cuenta” de qué está pasando cuando no nos entendemos con ese hijo al que tanto queremos.

Para que podáis entender esto, os voy a comentar lo que pasa en cualquier relación humana. Cuando nos relacionamos con alguien, hay tres factores que nos condicionan inconscientemente, la proyección, la negación y la forma reactiva.

Voy a hablar de las dos primeras en su connotación negativa, pues son la causa de las discrepancias y fallos en las relaciones entre padres e hijos.

  • La proyección es el proceso de atribuir a los demás lo que pertenece a uno mismo, sean cualidades buenas o conflictos de nuestra personalidad, de tal forma que aquello que percibimos en los demás es, en realidad, la proyección de algo que nos pertenece. Puede ser un sentimiento, una carencia, una necesidad o un rasgo de nuestra personalidad. No hay ninguna relación en la que no exista la proyección; y aquí tenemos un buen medio de autoconocimiento, pues los demás funcionan como espejos de cuerpo entero, lo que nos permite ver nuestros rasgos funcionales y disfuncionales.

  • La negación es la no aceptación de una realidad. Salir de la negación y reconocer que hay algo que debe ser cambiado es un proceso duro, y de personas valientes. Sin embargo, esto es necesario, pues sólo para mejorar nuestra vida, es preciso cambiar aquellas cosas que no nos gustan. Podemos negar la realidad externa (algo que está sucediendo en la vida) o la realidad interna (una necesidad, un sentimiento, un deseo o un rasgo de la personalidad).

Ahora podréis estar pensando que soy una loca cuando hablo del cambio, aunque os diré que no! No estoy loca no, pues gracias a la invención del escáner cerebral, hoy sabemos que nuestro cerebro cambia, y que podemos incluso aprender a ser felices.
Esta característica la determina la neuroplasticidad cerebral.





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