El sentido de este informe, no es otro que el de prevenir sobre posibles conductas de los niños, que pueden derivar en importantes problemas conductuales para ellos y para los papás, que muchas veces no saben la mejor manera de actuación para con sus hijos, de forma que los resultados sean lo más favorables y saludables posibles
¿Qué podéis hacer los padres si vuestro/a hijo/a sufre pataletas, si miente, si se muestra inquieto o miedoso? El conocimiento de algunos principios básicos de la psicología conductual infantil nos ayudará a no perder los estribos y a actuar con amor y sentido común.
Antes de "corregir" al niño, necesitamos saber a qué clase de problema nos enfrentamos y estar en condiciones de enmendar nuestros eventuales errores y de introducir los correspondientes cambios de actitud. El campo de la normalidad es mucho más amplio de lo que parece. Bastantes problemas ocasionales merecen atención y cierta habilidad y de ningún modo llegarán a convertirse en problemas graves. Y aún estos, por fortuna, tienen solución si tenemos las pautas para abordarlos. Si algo escapa a vuestras manos no debéis vacilar en consultarlo. Casi todo tiene remedio si se actúa a tiempo y si se aprende a modificar los planteamientos erróneos.
Tengamos por seguro que el simple autoritarismo no sirve para nada cuando un niño se muestra rebelde, o ha mentido. Renunciaremos de principio a actuar por las malas y se ahorrarán grandes disgustos. Con amor, con oportuna firmeza, adecuadas estrategias y sentido común se librará al niño de sufrimientos innecesarios y podremos volver al equilibrio y estabilidad familiar.
EL MIEDO
Algunos padres quisieran tener hijos valientes y creen que su hijo es demasiado miedoso. Consideran saludable someterlo a frecuentes pruebas enfrentándole al peligro, piensan que así le ayudarán a superarlo; el resultado es más miedo si esa exposición a lo temido aumenta la ansiedad en el niño.
Debemos saber que cierta dosis de miedo es completamente normal y adaptativo. El miedo es totalmente útil pues si se carece de él, difícilmente se sobreviviría. Ahora bien, el miedo, que forma parte de un mecanismo defensivo necesario, tarda un tiempo en ajustarse a la realidad. Hasta los diez años, más o menos, un niño no llega a experimentar los temores de un adulto.
Los recién nacidos tienen miedo al ruido fuerte y movimientos bruscos. Un bebé de un año siente temor si se ve separado de su madre... A los dos años, el mismo bebé se sobresaltará un poco menos cuando lo separen de su madre, y para asustarlo harán falta estímulos más fuertes, como la sirena de un coche... A los cuatro años empezará a sufrir a causa de la oscuridad, y lo pasará fatal en ella después, cuando su imaginación se pueble de fantasmas y de otras criaturas inquietantes. Es posible que experimente otros miedos típicos de la infancia como el miedo a la soledad, a personas desconocidas, las tormentas, situaciones nuevas... A todos estos miedos, pueden sumarse otros, transmitidos por los padres y que aprenden de ellos por imitación, o por visiones procedentes de la televisión o del cine.
Hay que deshacerse de las amenazas, del coco, del hombre del saco, de los médicos, del cuarto oscuro o del cuarto de baño. Con este tipo de amenazas, en lugar de educar, estaremos haciendo un flaco favor al niño. Pero no sólo con amenazas directas podemos transmitir miedo a un niño. También se verá “contagiado” por nuestros propios miedos si no ponemos soluciones.
Sugerencias:
Jamás se debe proceder por las malas si queremos que un niño se vea libre de su miedo.
Burlarse de su sufrimiento sería otra manera de tratarlo con brutalidad.
El no hacer nada tampoco recoge resultados satisfactorios; ni tampoco suelen servir de nada los razonamientos.
Así, en lugar de obligar al niño a dormir a oscuras, lo mejor será dejar encendida una lucecita de baja intensidad en la habitación. Si teme a los perros, bueno será familiarizarse poco a poco con ellos, en principio a distancia, con aproximaciones graduales, reforzando cada nueva aproximación y su miedo irá desapareciendo muy pronto.
LAS MENTIRAS
Con frecuencia se suelen confundir las fantasías de los niños con las mentiras auténticas, reaccionaremos mal si hemos estado poco atentos. El ser humano también debe recorrer un largo recorrido para aprender a decir la verdad.
En los niños, la diferencia entre verdad y mentira es borrosa, y no se ha descubierto plenamente la "utilidad" de la mentira. Los niños pequeños son grandes fabuladores y con frecuencia confunden lo real y lo inventado, de forma que con mucha facilidad deforman los hechos a gusto y capricho. Y es normal.
A veces los padres se enfadan y se sienten engañados si el niño da una explicación falsa. Se ignora que un niño puede llegar a inventar una explicación si no entiende un fenómeno. Ej. puede culpar a su hermanito de haber abierto la puerta, cuando ésta se abrió por una corriente de aire; piensa que no ha podido abrirse sola.
Todo esto es normal. La alarma está justificada en el caso de que el niño manifieste una clara y continuada tendencia a inventarse historias. Tampoco se deben descuidar a los niños algo mayorcitos que dicen una mentira tras otra, sobre todo si parecen empeñados en que confirmemos sus fabulaciones.
Sugerencias
Ante las mentiras, es fundamental que los padres sepan distinguir las mentiras auténticas de las simples fabulaciones.
Se debe vigilar la actitud; ante unos padres que inspiran temor, es probable que el niño pierda la capacidad de decir la verdad y que tape unas mentiras con otras. No desconfiemos sistemáticamente del niño, porque le transmitiremos la sensación de que se nos puede mentir con facilidad. Sólo se debe señalar la mentira si estamos seguros de que se ha producido, y le dejaremos la posibilidad de decir la verdad sin temor, nunca por las malas.
Con serena comprensión ante las primeras mentirijillas, se le dan buenas oportunidades para que pueda disfrutar del alivio que comporta la confesión de una mentira de cierta gravedad.
Con palabras oportunas, enseñaremos al niño que los errores o las faltas que se cometen de buena fe no equivalen a mentiras.
Es imprescindible predicar con el ejemplo, los padres deben decir siempre la verdad al pequeño, si pretenden engatusarlo con falsas historias sobre temas importantes, el niño se sentirá autorizado para mentir en temas menores que para él son importantes.
Los padres deben abstenerse de mentir en presencia del niño. Conviene explicarle que no podemos estar felices si nos mintiésemos unos a otros.
PATALETAS Y RABIETAS
Con bastante frecuencia los niños padecen en la primera infancia las temibles rabietas. Aparecen celos, frustración, accesos violentos de rebeldía y destructividad. Todo esto puede ser completamente normal, aunque asuste a algunos padres y resulte bastante difícil de soportar sin perder la calma. Es importante reaccionar a tiempo y evitar reforzar estos episodios desestabilizadores para toda la familia.
Sugerencias
Es importante que el niño sepa que sus sentimientos de rabia son comprendidos y aceptados, y que lo único que topa con un límite claro son sus actos. Es importante darle al niño instrucciones claras y precisas de lo que se espera de él, cuando las respeta, es preciso reforzarlo.
Las rabietas suelen darse como formas de llamar la atención. Estos episodios aumentaran si los reforzamos prestándole esa atención en el momento en que tiene lugar el episodio. Las rabietas desaparecerán si no se les hace caso en el momento en que tienen lugar. Intentar hacer como si no os importara, como si no existiera. Nunca responder a sus exigencias. Darle esa atención al término de la rabieta y en las ocasiones en que el niño emita un comportamiento apropiado y adaptativo.
Es importante no asustarse nunca con uno de los episodios de pataletas con que sorprenden los pequeños. Debéis manteneros relajados y tranquilos, probablemente esté intentando controlar la situación; el niño prefiere estar al mando.
Según las estadísticas, hay mayor proporción de niños hiperactivos que niñas. Se trata de niños incapaces de concentrarse en nada, inquietos, que dejan las frases a medias,... Estos problemas a nivel de concentración suelen repercutir en su rendimiento académico, es en la escuela donde su inquietud queda en evidencia al compararse con los otros niños. Ante un caso de hiperactividad, es preciso consultar con el pediatra, que derivará el caso al neuropediatra y deberá acudir a un psicólogo que marque pautas de actuación familiar. Por lo demás, cuando lo que tenemos es un niño inquieto y muy revoltoso, generalmente la capacidad de concentración suele madurar a partir de los cinco años. A ello pueden contribuir los padres, si no se dejan llevar por el nerviosismo del niño. Y es importante el trabajo desde muy temprana edad.
Sugerencias
Los padres de un niño muy inquieto, se deben preguntar si ellos mismos están tranquilos o no. El niño necesita que las personas que le rodean mantengan la serenidad y que le rodeen de una atmósfera tranquila y armoniosa. De ese modo contribuimos a su estabilidad emocional.
Es fundamental organizar la rutina doméstica de acuerdo con un horario regular y procurar que los momentos de descanso no se vean alterados por estímulos inesperados e inoportunos.
Nunca se debe transmitir al niño la sensación de que está fracasando y de que es incapaz. Debemos reforzar su autoestima.
Conviene encomendarle misiones sencillas para ir aumentándole la dificultad progresivamente.
No se le debe ridiculizar ante los demás; y hay que medir con cuidado la duración de los esfuerzos que se piden a un niño en exceso inquieto.
La mejor sugerencia es la sistematicidad y la aproximación gradual de dificultad ascendente, para la consecución satisfactoria de cualquier objetivo propuesto.
Si en cualquier caso os enfrentarais a un comportamiento que os resultara difícil de modificar o encontráis demasiado difícil de abordar, siempre podéis solicitar la ayuda profesional de un psicólogo/a infantil.
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